Visitar en su lecho de enfermo a alguien, le ofrece al visitante una perspectiva del estado del enfermo.
Cuando esa visita es objetiva, pues le transmite
al visitante una variada información que incluye el estado físico, el mental, el optimismo o pesimismo
del enfermo para superar la crisis, y muchas otros elementos, dependiendo de
factores tales como el nivel de profundidad del conocimiento que se posee del
paciente y de otras informaciones colaterales, tales como opiniones de
terceros, comentarios de quienes le cuidan, y otros muchos.
En el caso de la llamada “Revolución Cubana”, pues asistimos a lo que todo parece indicar ser su
lecho de muerte. Un enfermo que por 65 largos años ha subsistido
de crisis en crisis, de peor a peor, sin que jamás haya tenido ni la más ligera
mejoría.
Claro está que se trata de un paciente nacido en condiciones anormales. No es producto de un embrazo natural, sino de un experimento de un óvulo insertado para un “parto contra natura”, obligado por circunstancias y procedimientos forzados, cuyo “nacimiento” tomó de sorpresa a muchos. Y el rumbo de su vida, ni qué decir...
Y aquí es preciso
recordar que el paciente proviene de una raza que jamás ha podido crecer y
desarrollarse. Esa raza de sociedad sin libertades, nacida por eventos no
naturales y que lleva en sus genes la existencia de una clase dirigente
dictatorial, creedora de saberlo todo, de suponer tener una prodigiosa
capacidad de organizar, por unas pocas manos y cerebros, lo que es el producto
de la creación libre de incontables seres, guiados por el interés individual y
de grupo; se imagina poseedora de la sabiduría universal, que no admite otras
soluciones, caminos o ideas que no sean la única: lo importante, por sobre
todo lo demás, es conservar el poder absoluto y sin compartir con nadie; esa
clase social de nuevo tipo que no existió antes, que lo maneja todo, lo dirige
todo, lo administra todo, lo legisla todo y lo posee todo.
Y para justificar
sus fracasos y errores inevitablemente le echa las culpas a sus enemigos.
Porque ellos no se equivocan. Nacieron para hacerlo y rehacerlo una y mil
veces, y siempre el resultado negativo es culpa de otros. Aunque es inevitable
que todo les salga mal por imposibilidad humana de sustituir millones de mentes
y manos por unas pocas, más interesadas en el disfrute de su poder que en el
ejercicio del mismo en beneficio ajeno.
El enorme
beneficio social, el progreso alcanzado por la humanidad se debe a todo lo
contrario.
Todo individuo
está inspirado, compulsado y decidido a trabajar para su beneficio y el de su
familia y sus asociados. El choque de esos intereses con los de otros muchos
define lo que se llama el mercado de oportunidades, donde esa regla de oro se
ha ido perfeccionando para su triunfo: la libertad de intercambio.
Ese proceso
genera un precio, un equivalente entre lo que yo creo y lo que crean los otros.
Modificar, alterar o limitar ese proceso conduce a desastrosas consecuencias, a
corto, mediano y largo plazo.
En primer lugar,
los “reguladores” están tentados a “regular” con ciertas conveniencias personales,
abiertas o disfrazadas, lo que genera corrupción. La corrupción es un “ácido”
socio-económico-político, destructor del contenido y valor de todo lo que toca,
destruye la Ley y el Orden; desregula lo que pretende regular y desbalancea
todo el orden social, político, económico, financiero, tecnológico, porque
convierte toda la fuerza autónoma de la libre competencia en un disfrazado
“ordeno y mando” a conveniencia del poder gubernamental.
Por supuesto, los
Padres de la Patria crearon todo lo contrario, una sociedad con todas las
libertades, que se convirtió a la brevedad, en faro y guía de todo el mundo.
Los problemas que
confrontamos hoy son consecuencia de la desnaturalización de la libre
competencia que nos hacía más fuertes y la gigantización del “gobierno”, la
multiplicidad de agencias reguladoras, a nivel federal, estatal, condal y
municipal, nos desliza por una pendiente con similares problemas a los de las
sociedades donde la voluntad de unos pocos frena el progreso de muchos. El
“pantano” multiplicado en cada uno de los 50 estados, miles de condados y
municipalidades.
Ese “pantano”
pero sin ninguna cortapisa, balance o freno, es el mal cubano, el venezolano, y
un gran grupo de otros estados fallidos. Son fallidos porque su cerebro está
carcomido por el “ordeno y mando”, el poder absoluto. El antiguo aforismo de
que el poder corrompe, se ve magnificado: el poder absoluto corrompe
absolutamente.
En mi humilde criterio
es el momento de coadyuvar a la muerte del enfermo agonizante y es
menester ayudar a organizar la nueva Cuba. Una Cuba sin Partido Comunista, una
Cuba sin poder absoluto y eso requiere preparar las condiciones para
institucionalizar la democracia, el poder descentralizado, las necesarias
elecciones libres y pluripartidistas, la organización de la depuración de
responsabilidades individuales a los que han cometido crímenes, abusos y se han
enriquecido ilícitamente.
Permitir la
impunidad es equivalente a fomentarla.
Hay una
iniciativa de muchas organizaciones de nuestro exilio sobre el tema, que invito
a revisar y apoyar.