Resulta a todas luces muy
complicado de entender cómo llegó al poder el Presidente Donald Trump. Al menos
para esos que comúnmente la gente denomina el “establishment”. Ese establishment
no está conformado únicamente por el Partido perdedor de las elecciones. Todo
lo contrario, ese “establishment” está por encima de todo eso. Es el enorme
grupo de individualidades que centraliza las “relaciones”, las “conexiones” con
el grupo gobernante tanto en el mundo de
la Administración como en el Legislativo. Y aunque todo el mundo que oye
la palabra “establishment” mira hacia Washington DC, ese mismo fenómeno se
repite, a manera de una “clonación socio-política” en las 50 capitales
estatales, en los miles de condados y ciudades de la nación, donde se emiten
las ordenanzas, las autorizaciones, los contratos de obras y servicios, y todo
lo que envuelve administrar a cualquier nivel social, dando origen a un “tráfico
de influencias” que se manifiesta de muchas maneras.
Todos recordamos cómo en el
proceso de selección de los candidatos en las primarias, el actual Presidente
Trump era tratado como un “advenedizo” como una especie de bizarro contendiente
que decía verdades que nadie más se atrevía siquiera a sugerir y cuyo estilo
directo y confrontativo, alejado de la “corrección política” impuesta por
muchos años para censurar las opiniones divergentes, lo que le trajo dos
reacciones contrarias: la de los “políticos” tradicionales dentro y fuera de su
propio partido político, que lo rechazaban casi unánimemente y la de los
votantes, quiénes le respaldaban crecientemente. A todos los que dejó atrás
gracias a ese voto popular, todavía hoy lo ven con antipatía, como el autor de
sus desgracias en el favor popular y el anti-establishment del que ellos,
aunque no lo reconozcan, saben que pertenecen.
Lo importante es que cada día
se sigue manifestando esa ambivalencia de respaldo-rechazo por parte de unos y
otros. Y cuando eso llega al momento clave, pues surgen las deslealtades dentro
de las filas Republicanas (por las aparentes razones que sean) y se ha
consolidado una monolítica “resistencia” en la oposición a todo nivel, que ha
disparado los grandes contrasentidos de “ciudades y condados” que oficialmente
se han convertido en rebeldes, ilegales, que llaman abiertamente a incumplir
las leyes federales, particularmente las de la ciudadanía, la inmigración, entre
otras muchas. El contra-sentido más violento que utiliza a los inmigrantes
ilegales como una especie de “carne de cañón” política para esa resistencia. No
es oculto que esa resistencia ha llamado al golpe de estado, al desafuero
presidencial y hasta a anular las elecciones, para imponer a su cabecilla,
después del absoluto ridículo de perder masivamente una elección que contaba
con la maquinaria electoral, los fondos ilimitados, el respaldo absoluto de la
media y las cabezas principales de los “famosos”. Parece como una novela de
política-ficción.
Lo importante en la vida
contemporánea son las tendencias, espontáneas o fabricadas, que el mundo actual
pone ante nuestros ojos a consecuencia de los casi milagrosos avances de la
informática. La tendencia se reproduce a toda escala: un establishment que ve
ante sus ojos el inminente rechazo de las masas y figuras emergentes que a su
escala local reproducen el fenómeno de verse respaldados por la masa electoral,
contra todo pronóstico y representando el deseo popular de cambiar el orden
establecido por el establishment por una sencilla razón: ese orden solo le
conviene al establishment, los ciudadanos ven disminuirse sus ingresos y su
nivel de vida, sus opciones, la soberanía de su nacionalidad. El voto popular
en Gran Bretaña para salirse de la Unión Europea fue incluso anterior al
fenómeno Trump y la crisis continua en el resto de los componentes. La triunfal
Alemania ve derrumbarse de la noche a la mañana el respaldo a sus políticas de
conquista política a través de la conquista económica, y así, podríamos hacer
una larga lista de las manifestaciones disímiles pero concordantes de la
enfermedad.
Hay un artículo de un profesor
colombiano que retrata al establishment. Se refiere a la inevitable pérdida de
Cataluña por parte del poder central español, que independientemente de que se
vea o no con simpatía, retrata las causas del problema, que me permito reproducir
en aras de la claridad:
“…años las tensiones entre los
catalanes y los gobernantes de Madrid y haber comprobado cómo estos actuaban de
igual manera que hace doscientos años ante los criollos de Nueva Granada que
gritaban "viva el rey y muera el mal gobierno". En Colombia, me
decía, a principios del XIX no había muchos independentistas pero sí un gran
descontento por la política practicada por los funcionarios españoles, y las
quejas ante los virreyes y el gobierno de Madrid no recibieron nunca la más
mínima atención.
Esta continuada desatención, acompañada de un notable
desprecio hacia la gente de aquí, fue lo que hizo crecer los partidarios de la
independencia. No querían depender de aquellos funcionarios ineficaces y
corruptos y de aquel gobierno de Madrid, tan lejano como soberbio. Cuando oigo
hablar a Rajoy, y sobre todo a Sáenz de Santamaría, decía el amigo colombiano,
me parece que estoy oyendo lo mismo que decían los virreyes y los gobernadores
españoles de hace dos siglos. Sólo saben amenazar con castigos y leyes y se
muestran tan arrogantes como desconocedores de los problemas. Da la impresión
de que contemplan a los catalanes como hace dos siglos los gobernantes de la
metrópoli se miraban a los habitantes de sus colonias. Esta actitud cerrada de
los funcionarios fue la que propició la emancipación primero de toda la América
continental y, setenta años más tarde, de Cuba. Los gobiernos de Madrid
perdieron Cuba, sostenía el colega de Medellín, por despreciar a los cubanos,
penalizarlos económicamente y por incumplir los acuerdos de paz de Zanjón.
Cuando ofrecieron la autonomía a la isla, el año 1897, ya era tarde y los
cubanos sólo querían la independencia. Pienso, concluyó, que los que hoy
gobiernan en Madrid acabarán por perder Catalunya porque no tienen la mentalidad
de políticos, sino de funcionarios que no están dispuestos a negociar nada con
nadie….”
Es difícil encontrar mejores palabras para reflejar la
antinomia existente entre “establishment” y la gente normal. Y cómo,
inevitablemente enseña la historia, perderá el establishment. Pese a la
resistencia, a la estúpida reacción de meter la cabeza en la arena, perderá ese
establishment, tanto nacional, como local e internacionalmente. Cada época
tiene una tendencia y esta época es el anti-establishment.