Todos sabemos o al menos intuímos, que la corrupción es mala para la sociedad. Estimula la bajeza, la carencia de dignidad y convierte a los que la padecen en esclavos de los que la utilizan.
Dos formas concretas de impedir la corrupcióm son la transparencia y la vigilancia y oportuna actuación de las agencias encargadas de hacer cumplir las leyes, vertical y horizontalmente.
Permitir que los que incumplen la ley se salgan con la suya, sin consecuencias, equivale a promover la ilegalidad, un terreno muy propicio para la corrupción.
Hay muchos paises en nuestro mundo, que tiene esa enfermedad viral a flor de piel y por mucho que los periodistas y analistas políticos la denuncien, pues "no pasa nada". El famoso "pantano", que todos queremos secar, no es privativo del D.C.
No pasa nada no puede ser, porque se llega muy lejos. Esto, que acabo de leer en Internet (y cito al autor y la publicación) es un bandera roja:
España, paraíso fiscal *
Y no solo paraíso fiscal, sino
lavadero de dinero negro, punto de transacciones opacas, centro de redes
clientelares relacionadas con el crimen organizado, si es que no lo son ellas
mismas, bolsa de la especulación y lugar de caza de fondos buitres. Basta con
recordar que sigue siendo el país que dobla la media en la UE de billetes de
500 €, esos que el BCE quiere retirar de la circulación porque son un
instrumento para actividades ilegales.
Para lo más ilegal ya tienen
los otros paraísos fiscales, Panamá, Delaware, Caimán, etc. Muchos de ellos no
lo necesitan porque la legalidad les permite "optimizar sus obligaciones
fiscales", cosa que no tiene nada en común con los vulgares fraudes. Las
SICAV, como los fondos de inversión, son artistas de tales ingenierías.
Otros no precisan de paraísos
allende los mares, ni ingeniería fiscal. Es el caso de la Iglesia católica, que
no defrauda a Hacienda porque no tiene nada que pagar, al estar exenta de todos
los impuestos. Además, puede apropiarse bienes públicos sin tasa a precios irrisorios,
con lo cual ahorra mucho de los miles de millones que el Estado (o sea, los
contribuyentes) le asigna anualmente. Con esos ahorros pueden los curas
difundir la palabra del Señor desde medios audiovisuales caracterizados por la
dulzura de su mensaje cristiano. Es de esperar que, en algún momento, la
Iglesia explique a la ciudadanía por qué da a Dios lo que es del César. Será
quizá cuando se recuerde que la revolución francesa se produjo porque la gente
estaba harta de pagar impuestos mientras los nobles y los curas no lo hacían.
Como aquí.
Cuando se destapan asuntos de
corrupción (prácticamente todos los días) se descubren historias inverosímiles,
relaciones peligrosas, tipos nauseabundos, complicidades oscuras. Algunos casos
son tan perversos que meten miedo, como el de las cloacas de Interior. Otros
parecen más de un hampa con ínfulas de señores, como el de Blesa. Y otros
conectan directamente la corrupción con el fenómeno de masas más característico
de los siglos XX y XXI. Los tres tienen en común esquilmar los dineros públicos
de los que debieran rendir cuentas minuciosas. Uno para fabricar pruebas falsas
contra los adversarios políticos; otro para ir a cazar hipopótamos; y el otro,
para darse la vida padre e hijo.
Las cloacas de Interior son la
típica ocurrencia de quien redactó esa infame Ley Mordaza, que sigue sin ser
derogada, gracias a la inutilidad de la izquierda (la mitad de ella, muy
vociferante) y quien condecora estatuas de la virgen. Es evidente que el hombre
no está enteramente en sus cabales y es un sectario y un fanático. O sea, un
orate. Una persona así es un peligro público y si, además es el responsable de
la seguridad colectiva, el peligro puede materializarse de cualquier modo, por
repugnante y delictivo que sea.
La historia de Blesa, que
ahora queda judicialmente concluida, ya solo interesará por sus facetas
humanas, si las hay. Desde el punto de vista político, su suicidio interpela
directamente a Aznar que fue quien lo puso al frente de Caja Madrid y lo
mantuvo, al tiempo que obtenía diversos tipos de contrapartidas. Todo como
prueba de su fabulosa capacidad para dar con los más ladrones e inútiles en los
puestos de mando: Rato, Blesa, Rajoy.
El caso de Villar no me
inspira nada, pues ignoro todo del fútbol. Supongo que el presidente de los
sobresueldos, fervoroso hincha, hará las correspondientes y profundas
reflexiones sobre este nuevo caso aislado que le toca de lleno en su más cara
afición y deja muy claro el desprecio de estos sinvergüenzas por los intereses
del común.
En esta situación es un
verdadero sarcasmo que el Tribunal de Cuentas inicie un procedimiento para ir
contra el patrimonio de tres dirigentes independentistas de la Generalitat. Ese
tribunal tiene entre sus miembros a una ex-ministra de Aznar, un hermano del
mismo Aznar y un cuñado o cuñada de algún otro mando del PP. Una desvergüenza
alucinante. Un tribunal que, como el Constitucional o la Audiencia Nacional,
son nidos de corruptos y vendidos al poder. Eso explica que en lugar de abrir
diligencias para que la sarta de ladrones del PP devuelva los cientos y miles
de millones que ha defraudado, malversado o desviado, se apreste a avalar una
injusticia clamorosa que puede provocar un conflicto mayor en Cataluña.
· * Ramón
Cotarelo, “La República Catalana”