Cuando se
habla de bienestar, muchas veces se piensa solamente en las cualidades de la
vida material. En esa línea de pensamiento, aquellos que más elementos
materiales disponen para disfrutar su vida pues debían ser forzosamente los que
mejor se asocien al bienestar. Pero cuando se revisan los datos y elementos
reales resulta que no son necesariamente los que más tienen, los que más se
sienten asociados al bienestar. De dónde se refuerza el concepto de que el
bienestar no está asociado, necesaria y únicamente, al bienestar material.
Los seres
humanos somos seres sociales, que vivimos en mutua inter-acción con el resto, particularmente
de nuestro entorno. Para la inmensa mayoría,
primeramente la familia, y sucesivamente los círculos de seres alrededor
de nuestra vida cotidiana: los compañeros de trabajo, los vecinos, la comunidad
en que vivimos, son los más comunes.
Por ello
debía inferirse que el bienestar resulta del disfrute del tiempo con los que
compartimos nuestros afectos. Para disfrutar del tiempo (muy diferente de pasar
el tiempo) es necesario que nuestros sentidos estén prestos a hacerlo. No
podríamos disfrutar tiempo con quienes no nos caen bien o cuando hacemos cosas
que no nos agradan en compañía de otros con quienes debemos hacerlo por pura
obligación social.
Esto retrata
un problema: una buena parte del tiempo de que disponemos lo pasamos
trabajando. Y trabajamos porque necesitamos hacerlo para sostener nuestra
familia y tener una vida material. Por lo que muchos ven ese tiempo como una
especie de obligación, no siempre agradable, que hacemos puramente por esa necesidad
socio-económica.
La
contraparte de este problema es para los que nos ofrecen el trabajo: Nos pagan
por hacerlo y esperan de nuestra parte la mejor aptitud y actitud para que les
resulte económicamente sostenible. Cuando esto deja de ser cierto, aparece el
despido, que nos hace ver la antigua obligación de ir diariamente al trabajo
como una especie de bendición perdida. Dice el dicho que no se sabe lo que se
tiene hasta que se pierde.
Pero esta
bendición perdida lo es también para el empleador, que deja de contar con
nuestra habilidad, experiencia adquirida y entrenamiento y se ve obligado a
contratar a otro trabajador a quien debe de entrenar, hacer sentir mínimamente
confortable para que haga bien su trabajo y ofrecerle una remuneración
suficientemente atractiva para que adquiera y cumpla esa diaria obligación de
ir a trabajar.
Hace mucho
tiempo que empleadores y empleados convergieron en un punto: la jornada de
trabajo no puede ser tan agotadora (en tiempo y/o esfuerzo) que deje tan exhausto
al trabajador que le impida renovar sus capacidades en el descanso diario y de
fin de semana. Si esto no se cumple, sencillamente el trabajador tendrá
rendimientos decrecientes, afectando a la compañía. Y ambas partes consideraron
las vacaciones como un remedio necesario, como un proceso de renovación más
sólido de las capacidades desgastadas.
Las
vacaciones están diseñadas para esto porque se expande la rutina diaria con el
conocimiento de otras latitudes y
lugares, lo que hace generalmente con su
familia y estrecha esas relaciones necesarias de cónyuge, hijos y padres y
reconforta mental y físicamente a quiénes las disfrutan.
A pesar que
la mayoría sabe que esto es así, la vida real nos ofrece estos datos:
1.-
Más del 60% de nuestra población trabaja más de 40 horas por semana y no
utiliza unos $20 Billones en días de vacaciones cada año.
2.-
De ellos, un 40% trabaja semanas de más de 50 horas
3.-
La población laboral actual trabaja anualmente un período de casi cuatro meses
más que la población de 50 años atrás.
4.-
Un 26% no toma vacaciones, con la correspondiente estela de problemas de salud,
de alto “stress” que a su vez retro-alimenta la “quemazón”, la falta de sueño,
las enfermedades del corazón, la diabetes, el hipertiroidismo, las úlceras gasto-intestinales
y una lista enorme de otras, muchas de las cuales retro-alimentan otras
enfermedades.
5.-
Hay un impacto en el costo de los sistemas de cuidado de la salud, en las
relaciones familiares y un precio muy caro que pagan tanto los empleados, como
los empleadores que tienen que enfrentar las ausencias, las caídas en el
rendimiento y otras.
Ahora se
puede entender por qué las vacaciones son un elemento importantísimo no
solamente para el empleado, sino también para el empleador. Las estadísticas
derivadas de investigaciones en este campo enseñan que el 80% de los que
regresan de las vacaciones se sienten rejuvenecidos, reconectados son su
familia y amigos, con una visión mucho más positiva de su trabajo. Una sencilla
prueba: utilice Google y solicite “efectos de tomar tiempo libre”.
En español:
Hay unas tres veces más respuestas en inglés,
por razones obvias en el uso del idioma en Google.. Como quiera que se analice, resultan abrumadores los estudios y
resultados de las vacaciones, tanto para los empleados como para los empleadores.
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