¿Feliz Año Nuevo! Lo hemos dicho y lo hemos escuchado una gran cantidad de
veces. Ahora y cada fin de año, desde que tenemos memoria. ¿Cuántas veces se ha cumplido tal
deseo? Eso es difícil de adivinar, pues depende
de muchos factores: cómo el lugar, el tiempo y el espacio en que existes. También
del lugar que ocupas en la escala social en la que te desenvuelves. Del estado
físico, mental y espiritual en que te
encuentras, lo que a su vez muchas veces
es consecuencia de lo primero; y si seguimos analizando podemos encontrar
una enorme cantidad de circunstancias, y muchos otros elementos condicionales
de poder alcanzar la felicidad.
La etapa actual que atravesamos no es
propicia para encontrar factores favorables. Los que nacieron y continúan viviendo en países como Cuba, Venezuela,
Nicaragua y otros, sumidos en la espiral de la pobreza, la escasez permanente,
el gobierno autoritario y abusador, la ausencia de oportunidades de mejoría, el peligro inminente de ser detenido arbitrariamente y sin derecho
a la defensa, el peligro latente de que tu vivienda se derrumbe sobre ti y los
tuyos, la ausencia de cuidado efectivo de la salud y de medicinas, de la
abundancia de enfermedades y vectores que las provocan, son todos elementos
propensos muy contrarios a la felicidad. La desesperanza que acompaña implícita y explícitamente a ese
modo de vivir y que está fuera de tus posibilidades
intentar cambiar, pues genera infelicidad y no precisamente felicidad.
Frente a esta realidad es oportuno subrayar
que la libertad es condición sine-qua-non de la posibilidad
de la felicidad. La libertad no asegura la felicidad por sí misma, pero es la
necesaria condición para aspirar a luchar por
obtenerla, ya que pone en tus propias manos, de tu capacidad y de tu
inteligencia, las armas y los mecanismos para lograrla. Por el contrario, la ausencia de libertad es
una implícita condena a la imposibilidad de ser
feliz plenamente. Ninguna sociedad autoritaria ha generado un simple instante
de felicidad para sus desdichados habitantes, condenados a la obediencia ciega
y permanente de las disposiciones unilaterales provenientes de una autoridad
suprema a quien no es permitido ni siquiera cuestionar, sino por el contrario, hay
que alabar sumisamente por sus acciones, no importa sus resultados, que siempre
culpan a terceros fuera del alcance de sus nacionales poderlos modificar. La
loa sumisa y permanente al ejercicio de esa autoridad, rasgo esencial del
autoritarismo, es su propia inoperancia y su inherente falta de resultados.
Una frase retrata ese proceso: la
Revolución degeneró en gobierno. La revoluciones (escritas a propósito con letra
minúscula) empiezan de forma ardiente y
apasionada, generan una expectativa colectiva en la futura mejoría social que se supone lograrán; un oasis de espejismos que prometen una felicidad casi automática, por
el simple hecho de apoderarse del poder político, de destruir el poder
existente. Para eso necesitan autoridad suprema e incuestionable, violencia “clasista”
para destruir a sus enemigos y leyes excepcionales que les permita a los “dirigentes”
hacer y des-hacer; reprimir, encarcelar y matar a sus enemigos, declarados automáticamente
enemigos de toda la población por el solo hecho de opinar
diferente, o por haber sido miembro del gobierno depuesto u por oponerse a
alguna de sus medidas. Por su propia esencia, la revolución es violencia y autoritarismo por arrobas. Todas las que han existido
han surgido de la misma manera, han degenerado en gobiernos autoritarios y el
paraíso que prometían se
convirtió en infierno causante de
millones de muertes, de presos de conciencia y de infelicidad generalizada.
Por su propia existencia y por las fuerzas
que la generan, están condenadas a una vida temporal,
corta o larga, pero siempre terminando en auto destrucción, por razones obvias:
una vez logrado su triunfo y asaltado el poder antiguo, cualquier permanencia
de autoritarismo, imprescindible para “desarrollar” la revolución, es contrario a la libertad como derecho existencial del ser humano
y toda revolución se empieza a destruir a sí
misma en el ejercicio del gobierno. Para los fanáticos a
la arbitrariedad, al desorden permanente, a la ausencia de reglas claras de
comportamiento y de ejercicio de la libertad, aspirar a ser “gobierno
revolucionario” es una meta permanente. Para la población, es lo contrario y por eso hemos presenciado la continua degradación de todo ejercicio
revolucionario del poder político, su creciente burocratismo corrupto y
corruptor, el alejamiento sistemático de los “dirigentes” auto-nombrados de las
forma de vida de una sociedad que indefectiblemente fracasa cotidianamente en
el ejercicio del poder gubernamental por su característica
esencial de ser lo contrario a lo necesario: la eficiencia creciente, la democracia y la disminución de la
burocracia, el acercamiento sistemático en el ejercicio cotidiano de una
democracia real para las decisiones sociales.
Es por ello que esa entelequia absurda que se
llama “revolución cubana” tiene los días contados. El alejamiento sistemático por más de seis décadas a la
sociedad “prometida”; del paso de una sociedad con imperfecciones pero
crecientemente próspera y llena de optimismo y
progreso, que atraía inmigrantes en busca de esas
oportunidades que ofrecía el crecimiento, transformada en una burocracia
chupadora del bien público, obsesivamente
autoritaria, opresora, represora y erradicadora de toda oportunidad de
bienestar, expropiadora de toda propiedad industrial, agropecuaria, financiera,
turística, mineral, minera, comercial, de
servicios, de bienestar, recreación, cuidado de la salud,
educacional, editorial, de transporte, en fin, de cuánto
proceso económico y productivo, que con una
inmensa burocracia creó una nueva clase vividora,
explotadora del trabajo social sin ofrecer a cambio ningún progreso, bienestar,
eficiencia o logro alguno y que invirtió esa
atracción de inmigrantes anterior, en
busca de progreso, en una eyección masiva de su propia población, en busca desesperada de lo que ella les niega: oportunidades,
libertad, derechos y prosperidad, esperanza de un futuro mejor y aspiración a
una vida mejor para sí y sus descendientes y familiares.
Cada día a esta
absurda “revolución retrógrada” le resultará más difícil controlar y reprimir a una
población hastiada de la miseria, la
desesperanza, el abuso permanente del ejercicio de la autoridad, el desorden
administrativo y la ausencia de oportunidades, que se ve condenada a la
auto-involución y a la más pérfida explotación, que recibe miserables ingresos en una moneda nacional destruida por la pésima política monetaria y obligada a mendigar divisas extranjeras con aquellos
escapados de ese infierno para poder sobrevivir. Esa “clase revolucionaria”,
sorda y ciega a las necesidades de su
población, corrupta hasta el tuétano por el disfrute de una burocracia sostenida solo para el auto
beneficio de sus miembros, será barrida indefectiblemente por
alguna forma de rebelión social, una hoguera que no
dejará en pie ni un carbón de ese
fuego infernal que sufre hace 63 años.
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