Hacer una sociedad “más justa” ha
sido una cantaleta que ha perdurado durante siglos. Ha sido un arma poderosa de
movilización social desde el principio de la civilización. No siempre con partidos políticos promoviéndola
– ya que los partidos políticos surgieron después – cuando se convirtió en una
consigna mucho más elaborada, para llevar al poder político a sus promotores.
Porque desde siempre, sus
promotores han pretendido ”cambiar la sociedad”, “hacerla más justa”, promover
algún grupo que la utiliza como un imán para atraer seguidores. Porque desde
que el ser humano “aprendió” – o fue obligado - a vivir en grupo, unos pocos seres humanos se convirtieron
en “líderes” de la manada, bien sea por sus dotes individuales, o por su
promoción al “cargo” por un grupo de fanáticos suyos –“seguidores”- creados, a
pesar que estaba muy lejos todavía el radio, la televisión, el internet, los
medios de comunicación masiva.
Porque esos “seguidores” han sido
reclutados por la idea del “cambio”, de
la promoción de la “justicia”, cuya cabeza pensante es el líder que la empuja,
desde siempre, y para siempre, con una idea subyacente y siempre oculta: ser el
jefe, el líder, el legítimo representante de esa agrupación, no importa su
tamaño, desde el grupo, la aldea, el pueblo, la ciudad, la nación… hasta el
mundo, en sus versiones más sofisticadas.
A ese procedimiento de cirugía
social, de pretender cambiar la naturaleza humana por la voluntad de un grupo
promotor, “iluminado” y poseedor de una doctrina “infalible”, los intelectuales
le han dado en llamar “ingeniería social”. Y aunque el nombre es bastante
contemporáneo, es relativamente fácil de reconocer a través de todos los
cambios y transformaciones de la sociedad que han transcurrido desde sus
inicios, que todo cambio ha sido inducido, impulsado, promovido, por un pequeño
grupo que logra entusiasmar a muchos para lograr el cambio, generalmente
forzado y en contra de lo existente hasta ese momento. La violencia, ejercida
en nombre de esa felicidad social que se alcanzará, ha sido el bisturí social
que ha conseguido ese cambio.
Lo cierto es que cada uno de esos
cambios puede ser explicado por la inevitabilidad del proceso de progreso de
las fuerzas productivas para cambiar de una forma de propiedad a otra, como
expresión natural del “parto” social. Esta ha sido la más aceptada explicación
de la evolución natural, tornada en revolución socio-económica y política que
hizo cambiar a la humanidad, inevitablemente de comunidad primitiva a
esclavismo. De esclavismo a servidumbre y de ella a la revolución mercantil del
capitalismo. Pero de ahí en adelante, otros cambios, son inexplicables por esa
lógica.
El socialismo, presentado como la
panacea universal que convertiría los mares en limonada, las lágrimas en perlas
y otras fantasías, ha sido el más estruendoso fracaso de sociedad. Pese a que
millones de tontos se dejan embaucar por la propaganda, la existencia irreal de
un “socialismo democrático” contrasta con la espantosa realidad: entre 100 y
200 millones de muertos por hambre, persecución, represión despiadada. Desde
Rusia en 1917 hasta hoy, donde quiera que se ha impuesto ha convertido en una
pesadilla la vida social. Censura y represión despiadada, “igualdad” siniestra
entre los líderes y sus acólitos contra la población; en fin, un verdadero
desastre que corresponde a la “erradicación” de las desigualdades de la
competencia libre capitalista y corolario de la ausencia de libertades, columna
vertical de esa libertad empresarial clásica.
Un nuevo “ideario” se mueve siniestramente
entre los bastidores de nuestra era. Una nueva “felicidad” conseguida por las
mentes calenturientas de la Agenda 2030 de Naciones Unidas, instrumento de
imposición del llamado Foro de Davos, donde los herederos del nazismo pretenden
instaurar una nueva Felicidad.
Disminuir la población a la
mitad, no tener propiedades, una sociedad pletórica de robots y mecanismos
tecnológicos que erradicará la necesidad de trabajar para los seres humanos. No
tendrás nada, pero serás feliz. El gobierno mundial de esos seres erradicará la
producción agropecuaria y la producción de alimentos que conocemos, sustituida
por una producción de laboratorio, en aras de detener “el cambio climático”, el
recién estrenado enemigo número uno de la humanidad. Ya han organizado la
subordinación mundial de la salud a la OMS y así piensan organizar ese gobierno
de plutócratas, a seguidas de otras iniciativas de mando mundial.
Los nuevos promotores de la
felicidad mediante el cambio social con el bisturí centralizado se aprestan a
continuar ese paso.
Lamentablemente, los encargados
de hacer conocer estos planes son propiedad de los que pretenden imponerlos. De
ahí su silencio. Y de ahí el creciente movimiento de libertad e independencia
mediante el abrazo de la ideología que la humanidad ha atesorado como su mayor
logro hasta la fecha: la independencia, la libertad, los valores familiares,
los principios que erigieron la sociedad más floreciente que ha conocido la
especie humana: los Estados Unidos de América.
Defender esos principios que se
resumen en nuestra Constitución y sus Declaraciones adjuntas y se sostienen por
aquellos que conservan sus valores para enfrentarse y barrer con el pantano globalizador. Esa es la
alternativa.