La industria de la politiquería tiene un arma fundamental: mentir descaradamente.
Como muestra palpable de esa aseveración solo es
necesario repasar lo que afirman en la campaña electoral para buscar apoyo,
votos y dinero con el cual financiar el acceso al poder y/o mantenerlo.
Para el politiquero promedio la receta es simple: Prometer
contundentemente que luchará por obtener lo que el auditorio está ansioso de
tener, no importa lo que sea; y aseverar, con la mejor cara dura posible, que su
contrario está opuesto a que eso se logre… Eso no falla. Y de acuerdo a las
circunstancias y/o a los años transcurridos desde que esa promesa haya sido
enarbolada, insiste que de eso se ocupará desde el primer minuto después de ser
electo.
Cuando llegue el momento de volver a la campaña para ser
re-electo, simplemente reitera su compromiso con alcanzar esa meta y elude
hablar de las causas por la que ello no haya sido posible, insistiendo en que su
contrario y su agrupación política son los culpables por su conocida oposición
a lograr alcanzar ese tema. No importa cual sea la verdad, esa siempre será su
posición.
En el caso de las tiranías socio-comunistas, y similares,
agrupados como izquierdistas, progresistas, y todo tipo de populistas, pues la
campaña es permanente. Allí ni siquiera tiene que ir a elecciones… la campaña
es cotidiana, principalmente para alinearse inequívocamente a la política
oficial que representa y su encarnación en la excelsa figura de su líder máximo.
Generalmente esa mentira es para ser consumida principalmente para mantener la
contención del “enemigo” todopoderoso representado por el gobierno de otro
país, que siempre será la encarnación viva y absoluta de la maldad, y las más
pérfidas intenciones. Sostener esa mentira, como cantaleta por siempre y para
siempre, es parte de la mentira oficial, ahora consagrada como principio eterno
e inamovible.
Para muestra, un botón: en la democracia libre,
aspiraciones como la “legalización” de supuestos derechos, ya sea la
legalización de algo supuestamente importante para algunas minorías, la defensa
contra políticas supuestamente discriminatorias, el establecimiento de
supuestas “igualdades” machaconamente presentadas como producto de las malas intenciones
de sus contrarios y cosas por el estilo,
difíciles de demostrar, pero que se convierten en una consigna cuidadosamente
cultivada por años, por la agrupación política o grupo de presión social al que
representan.
El botón de muestra de los socio-comunistas y las
dictaduras y tiranías de igual corte, son el “bloqueo despiadado” a su desarrollo
y crecimiento económico; la permanente “hostilidad” a su gobierno, las medidas “discriminatorias”
que les han aplicado para contener su agresividad de conquista, la definitiva
responsabilidad de sus enemigos por el empobrecimiento contínuo que de manera
consustancial es la causa del resultado de sus descabelladas políticas, su
ineficiencia administrativa, siempre enfocada al sostenimiento de su grupo dominante
en el poder y nunca en la absoluta falta de eficiencia económico-administrativa
a favor de resultados para la población, y otras realidades por el estilo.
En la democracia en la que vivimos, vemos como los
problemas ideológicos, anti-económicos y demagógicos consustanciales a su forma
de pensar y que pretenden imponer como línea de pensamiento y objetivo de su
existencia, de forma similar a la tiranía socio-comunista, están basados en la
pretensión abstracta de modificar la historia real de la nación, imponer un
sistema económico anti-económico, inflacionista, promotor de la erradicación
del mercado como motor impulsor del desarrollo, gladiador de una supuesta lucha
por eliminar supuestas desigualdades sociales, raciales y económicas y
conducentes a la disminución sistemática del nivel de vida, de la seguridad
nacional y del papel rector de las verdaderas palancas económicas por
jerarquizar, equivocadamente, la ingeniería social por encima del bienestar y
la prosperidad que han consolidado a la nación desde su nacimiento.
En el caso de la tiranía comunista, vemos como la
sistemática destrucción de la base objetiva del desarrollo y la prosperidad han destruido y
arruinado a los activos económico-sociales de la nación. La nacionalización
absurda de la propiedad de la tierra para dejarla destruir por incapacidad
organizativa ha empobrecido a niveles insospechados la base alimentaria; de la
esencia del contenido de la cartera de productos exportables. La destrucción consciente
de la industria azucarera, la ruina de las comunidades creadas por la
destrucción dirigida de los centrales azucareros y sus áreas agrícolas, tras siglos
de desarrollo, han sido un factor clave en el empobrecimiento de millones de
personas cuya vida económica, laboral y socio-cultural ha sido arruinada por
una decisión estúpida y suicida. La destrucción de la industria básica, la
generación de electricidad, la industria ligera, el comercio, la atención a la
salud, el inexistente mantenimiento y desarrollo de los acueductos, la red de
alcantarillado y demás servicios a nivel comunitario, han empobrecido la
existencia diaria, destruido por inercia la red de carreteras y calles; la
destrucción, por abandono de la cartera de viviendas, de la producción de
bienes exportables y de consumo, han destruido la calidad de la vida social,
rebajado el nivel de satisfacción ciudadana que carece de todo tipo de
servicios, transporte y atención.
En resúmen, han tornado la sociedad cubana en
invivible, como resultado de lo cual, alrededor de un tercio de la población
ha emigrado, en oleadas y en un flujo continuo y sistemático; han destruido la
familia al impedir la comunicación entre los que emigran y los que no, han
creado un ejército de burócratas civiles, militares y para-militares, de
delatores, de instigadores y ejecutores de la intimidación, operadores de una
opresión y represión descomunales, que abarca un porcentaje tan alto de la
población, que al descontar los niños y los ancianos, deja apenas una pequeña
minoría para la producción, que por supuesto, declina sistemáticamente y hace
todavía más invivible la existencia diaria. Encima de todo ello, han reducido
drásticamente la capacidad adquisitiva con una política monetaria y de precios
que baste decir es increíble: El peso que era a la par con el dólar en 1958,
hoy vale entre 0.01 y 0.015 y encima, los bienes son vendidos en moneda
extranjera, condenando a la indigencia total a una enorme cantidad de la
ciudadanía y una depauperación creciente a la totalidad. De un paraíso han
convertido al país en invivible y de vivir solo se puede sobre-vivir.
Pero por supuesto, la culpa no es de ellos. Es del “bloqueo”,
en el cual adquieren la alimentación básica actual sin la que hubiesen muerto
de hambre pues no producen absolutamente nada.
En ambos casos existen problemas de naturaleza similar.
Solo que en la democracia, la votación electoral permite sacar del poder a los
que no lo hacen bien, no importa su discurso.
En el otro, los tanques, el monopolio de las armas y la
fuerza bruta, tiene que ser vencida.
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