Desde su fundación, esta gran nación siempre
fue el baluarte de las esperanzas de la humanidad, basado en tres columnas: la libertad
religiosa, la libertad económica y los valores familiares. La nación, guiada por sus principios morales
sufrió incluso una cruenta guerra civil para culminar un proceso básico de la
libertad: el fin de la esclavitud.
En la senda del crecimiento perpetuo, basado
en la democracia, la libertad económica, política, social y religiosa, el país
ascendió al lugar más cimero en el mundo y siguiendo esos principios se convirtió
en un faro de luz universal al vencer a los enemigos de la humanidad en la
Primera y la Segunda Guerra Mundial. En la Post Guerra, los Estados Unidos de América
contribuyeron activamente a la reconstrucción de Europa y Japón, llegando a un
nivel de desarrollo económico y social desconocido hasta entonces por la
humanidad.
Al mismo tiempo, intereses ajenos a la nación
fueron tomando posiciones. Apoyándose estratégicamente en el natural desarrollo
de las luchas sociales por las libertades civiles, un movimiento llamado “progresista”
se enquistó en esa dinámica, importando las clásicas y erosionadas ideas del
socialismo, ahora disfrazadas de un nuevo tinte de progreso social y
aprovechando muy inteligentemente circunstancias coyunturales, se hizo una
fuerza dominante en varios espacios de la sociedad, claves para su crecimiento:
la educación, el periodismo y la clase política.
La agenda progresista aprovechó muy bien cuanta
oportunidad se le presentó en todos los ámbitos de la vida social del país y se
alió muy inteligentemente con todos los estratos sociales afines, tomó cuanta
bandera le convenía para hacerse dueño de las agendas de instituciones y organizaciones de todo
tipo y finalmente, se alió con quiénes les aseguraban un poder mayor: un grupo
social con una agenda globalista, de dominio y alcance mundial, enfrascado en
gobernar al mundo a mediano plazo mediante la influencia económica y la alianza
con esa misma clase europea, que fue conformando un poder mundial real,
manejado por los hilos económicos, por la influencia socio-política que fue haciendo
metástasis en todas partes, dominando las organizaciones internacionales de
todo tipo, preparando su ansiado gobierno mundial.
Para llegar a esas metas finales la agenda exigía
eliminar un obstáculo: el papel dominante de los Estados Unidos de América en la escena mundial
y el atractivo que su ejemplo de desarrollo socio-económico posee para todo aquel que en el
mundo desee el bienestar de su propio país.
El elemento progresista entró en acción, utilizando alianzas
impensables, muchas veces bizarras, pero que minarían la fe del país y del
mundo en los principios verdaderos del sano desarrollo: la familia, los valores
de la civilización judeo-cristiana y la libertad económica, tanto individual
como social.
Esa agenda ha venido teniendo éxito por toda la
segunda parte del siglo XX y en estos primeros años del XXI, infiltrada dentro
de todas las organizaciones y los escalones de la vida socio-económica. Particularmente en los últimos treinta años ha entronizado un desmantelamiento
de los intereses nacionales paralelamente a la socialización creciente de las naciones
occidentales europeas, al impulso al desarrollo de las fuerzas internacionales
antagónicas en Asia, al sostén de la Cuba castrista y sus posiciones aliadas en
el propio patio norteamericano, a la
implantación efectiva de un modelo de destrucción de la sociedad capitalista a
través del deterioro de las relaciones de intercambio comercial con todo el
resto del mundo, el debilitamiento creciente del poderío militar, de la moneda
y del prestigio norteamericanos, la implantación de un modelo burocrático lleno
de permisología paralizante en nombre de cuidar el ambiente, de garantizar
supuestas cualidades sociales y a la desmoralización creciente de la vida social
por todas las vías posibles, en nombre de libertades huecas y derechos creados
al efecto.
Cuando ese modelo había llegado a su cima con
Barack Obama como cabeza visible y Hillary Clinton como su próximo CEO, la población
norteamericana fue despertando del letargo en que la tenían sumida y de golpe
surgió el abanderado que pondría todo en su lugar con una simple consigna, pero
con un contenido aterrador para esa clase dominante: Hacer América Grande Otra
Vez. El inesperado despertar se convirtió en la fuerza incontenible de la
voluntad popular norteamericana que una
vez más asombró al mundo y triunfó arrolladora y aplastantemente en Noviembre
del 2016.
Como era de esperar, ese monstruo que
aparentemente tenía en su poder a Estados Unidos para engullírselo
definitivamente y poder instaurar
oficialmente su gobierno planetario no iba ni va a quedarse tranquilo,
contemplando como su ansiada obra se desmorona. Inmediatamente comenzó a mover
sus ejércitos, muchos de ellos ni siquiera se imaginan que lo son, contra Donald J.
Trump, declarado oficialmente “el malo de la película” por aquellos que las crean,
hombre muy peligroso para esas huestes, no solo un símbolo norteamericano de lo
que esta nación ha sido, es y será, sino también el abanderado virtual de muchos otros
que ven en su política y su estilo fresco, antípoda de la ortodoxia política que
tiene al mundo sumido en su peor crisis en los tiempos modernos y que ha
descubierto que sí se puede reparar el daño causado con la receta de siempre:
libertad.
Ese ejemplo terrible para ellos de un Presidente
que cumple todas y cada una de sus promesas desde el día que llegó al Poder, es
enfrentado por todos esos intereses a toda costa y a todo costo, usando cuanta
arma, truco, subterfugio, palanca y mecanismo habido, por haber, con una sola
estrategia: pararlo, destruirlo y dejar como ejemplo que contra ellos es
imposible ganar.
Hasta ahora no lo han podido parar. Pero tenemos que estar
conscientes que ellos tampoco se van a parar y que la victoria definitiva se
alcanzará no solo dentro de nuestra fronteras, sino también mucho más lejos. Y
que tendremos que pagar el precio de la lucha diaria contra esa resistencia
declarada, para lo cual tenemos una carta de triunfo: el respaldo diario a
Donald Trump, la denuncia cotidiana contra las maniobras de sus enemigos, el
descubrimiento de sus traquimañas y el desenmascaramiento de aquellos que se
mantienen ocultos dentro de nuestras propias filas pero que siguen siendo
agentes, voluntarios o no, pagados o no, pero agentes, del enemigo más poderoso de
la humanidad que no quiere dejar de dominarnos a nosotros y al resto del mundo.
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