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Friday, February 10, 2017

La Guerra Total

Desde su fundación, esta gran nación siempre fue el baluarte de las esperanzas de la humanidad, basado en tres columnas: la libertad religiosa, la libertad económica y los valores familiares.  La nación, guiada por sus principios morales sufrió incluso una cruenta guerra civil para culminar un proceso básico de la libertad: el fin de la esclavitud. 

En la senda del crecimiento perpetuo, basado en la democracia, la libertad económica, política, social y religiosa, el país ascendió al lugar más cimero en el mundo y siguiendo esos principios se convirtió en un faro de luz universal al vencer a los enemigos de la humanidad en la Primera y la Segunda Guerra Mundial. En la Post Guerra, los Estados Unidos de América contribuyeron activamente a la reconstrucción de Europa y Japón, llegando a un nivel de desarrollo económico y social desconocido hasta entonces por la humanidad.

Al mismo tiempo, intereses ajenos a la nación fueron tomando posiciones. Apoyándose estratégicamente en el natural desarrollo de las luchas sociales por las libertades civiles, un movimiento llamado “progresista” se enquistó en esa dinámica, importando las clásicas y erosionadas ideas del socialismo, ahora disfrazadas de un nuevo tinte de progreso social y aprovechando muy inteligentemente circunstancias coyunturales, se hizo una fuerza dominante en varios espacios de la sociedad, claves para su crecimiento: la educación, el periodismo y la clase política.

La agenda progresista aprovechó muy bien cuanta oportunidad se le presentó en todos los ámbitos de la vida social del país y se alió muy inteligentemente con todos los estratos sociales afines, tomó cuanta bandera le convenía para hacerse dueño de las agendas de instituciones y organizaciones de todo tipo y finalmente, se alió con quiénes les aseguraban un poder mayor: un grupo social con una agenda globalista, de dominio y alcance mundial, enfrascado en gobernar al mundo a mediano plazo mediante la influencia económica y la alianza con esa misma clase europea, que fue conformando un poder mundial real, manejado por los hilos económicos, por la influencia socio-política que fue haciendo metástasis en todas partes, dominando las organizaciones internacionales de todo tipo, preparando su ansiado gobierno mundial.

Para llegar a esas metas finales la agenda exigía eliminar un obstáculo: el papel dominante de los Estados Unidos de América en la escena mundial y el atractivo que su ejemplo de desarrollo socio-económico posee para todo aquel que en el mundo desee el bienestar de su propio país.  El elemento progresista entró en acción, utilizando alianzas impensables, muchas veces bizarras, pero que minarían la fe del país y del mundo en los principios verdaderos del sano desarrollo: la familia, los valores de la civilización judeo-cristiana y la libertad económica, tanto individual como social.

Esa agenda ha venido teniendo éxito por toda la segunda parte del siglo XX y en estos primeros años del XXI, infiltrada dentro de todas las organizaciones y los escalones de la vida socio-económica. Particularmente en los últimos treinta años ha entronizado un desmantelamiento de los intereses nacionales paralelamente a la socialización creciente de las naciones occidentales europeas, al impulso al desarrollo de las fuerzas internacionales antagónicas en Asia, al sostén de la Cuba castrista y sus posiciones aliadas en el propio patio norteamericano,  a la implantación efectiva de un modelo de destrucción de la sociedad capitalista a través del deterioro de las relaciones de intercambio comercial con todo el resto del mundo, el debilitamiento creciente del poderío militar, de la moneda y del prestigio norteamericanos, la implantación de un modelo burocrático lleno de permisología paralizante en nombre de cuidar el ambiente, de garantizar supuestas cualidades sociales y a la desmoralización creciente de la vida social por todas las vías posibles, en nombre de libertades huecas y derechos creados al efecto.

Cuando ese modelo había llegado a su cima con Barack Obama como cabeza visible y Hillary Clinton como  su próximo CEO, la población norteamericana fue despertando del letargo en que la tenían sumida y de golpe surgió el abanderado que pondría todo en su lugar con una simple consigna, pero con un contenido aterrador para esa clase dominante: Hacer América Grande Otra Vez. El inesperado despertar se convirtió en la fuerza incontenible de la voluntad popular norteamericana  que una vez más asombró al mundo y triunfó arrolladora y aplastantemente en Noviembre del 2016.

Como era de esperar, ese monstruo que aparentemente tenía en su poder a Estados Unidos para engullírselo definitivamente  y poder instaurar oficialmente su gobierno planetario no iba ni va a quedarse tranquilo, contemplando como su ansiada obra se desmorona. Inmediatamente comenzó a mover sus ejércitos, muchos de ellos ni siquiera se imaginan que lo son, contra Donald J. Trump, declarado oficialmente “el malo de la película” por aquellos que las crean, hombre muy peligroso para esas huestes, no solo un símbolo norteamericano de lo que esta nación ha sido, es y será, sino también el abanderado virtual de muchos otros que ven en su política y su estilo fresco, antípoda de la ortodoxia política que tiene al mundo sumido en su peor crisis en los tiempos modernos y que ha descubierto que sí se puede reparar el daño causado con la receta de siempre: libertad.

Ese ejemplo terrible para ellos de un Presidente que cumple todas y cada una de sus promesas desde el día que llegó al Poder, es enfrentado por todos esos intereses a toda costa y a todo costo, usando cuanta arma, truco, subterfugio, palanca y mecanismo habido, por haber, con una sola estrategia: pararlo, destruirlo y dejar como ejemplo que contra ellos es imposible ganar. 

Hasta ahora no lo han podido parar. Pero tenemos que estar conscientes que ellos tampoco se van a parar y que la victoria definitiva se alcanzará no solo dentro de nuestra fronteras, sino también mucho más lejos. Y que tendremos que pagar el precio de la lucha diaria contra esa resistencia declarada, para lo cual tenemos una carta de triunfo: el respaldo diario a Donald Trump, la denuncia cotidiana contra las maniobras de sus enemigos, el descubrimiento de sus traquimañas y el desenmascaramiento de aquellos que se mantienen ocultos dentro de nuestras propias filas pero que siguen siendo agentes, voluntarios o no, pagados o no, pero agentes, del enemigo más poderoso de la humanidad que no quiere dejar de dominarnos a nosotros y al resto del mundo.


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