Estamos inmersos en una guerra de civilizaciones, de ideologías, de formas de pensar y actuar, de costumbres, de tradiciones…una guerra que tiene un propósito definido: acabar con el modo de vida de la inmensa mayoría de la población del planeta y cambiarlo drásticamente a otro modo muy diferente.
Mientras la
libertad, el progreso material para llegar a conseguir la felicidad, el actuar
de forma gentil y considerada con los demás, para lograr la reciprocidad y una
sociedad sosegada; el cultivar el amor filial y el respeto a las tradiciones, son
conductas que nos han conducido por miles de años hasta este momento. Se
plantea cambiarlo, total y drásticamente, por su inverso.
Un nuevo modo
de vida basado en la ausencia de la moral tradicional que hemos practicado por
milenios. Nueva forma, basada en la desaparición de la familia, como centro
neurálgico de la existencia, forma que crea valores humanos, amor filial,
respeto y cultivo de las tradiciones, y que por siglos nos han identificado como seres humanos que compartimos un pasado,
un destino y un modo de vida.
Ese conjunto
de rasgos definitorios de la especie, vista como un todo, se gestó, consolidó,
enriqueció y se compartió colectivamente a través de lo que llamamos “valores
judeo-cristianos”, y acabamos de presenciar el primer ataque mundial, abierto y
premeditado, a esa forma de vida en la repugnante “ceremonia” de inauguración
de la Olimpiada de París.
La importancia
del lugar escogido habla por sí misma: mientras que la competencia civilizada,
el ejercicio del deporte como forma pacífica y saludable de cultivar la mente y
el cuerpo han sido un ejercicio de siglos, se utiliza el lugar como símbolo
supremo del cambio de paradigma.
No es casualidad. Es escogido. Y aunque el
rugido de disgusto y desaprobación del mundo impuso a los responsables del acto
de guerra cultural decir una falsa y tibia “recogida de las armas”, fue hecha tan
hipócrita y malvada, que más bien fue una re-afirmación de lo hecho, una
justificación de las “bondades excelsas” de sus propósitos cuando lo
concibieron originalmente y resulta en una declaración de principios que
establece que los equivocados, mal pensados e ignorantes somos los millones que
nos disgustamos.
La decadencia
de la Europa que originó nuestras bases socio-culturales se puso de manifiesto
brutalmente en esa ceremonia. El contexto fue idealmente escogido por los
organizadores, actuando como guerreros de esa cruzada de erradicar el modo de
vida vigente hasta hoy y sustituirlo por el
creado específicamente para sus propósitos ulteriores, por aquellos que
tienen un objetivo definido: desaparecer todas las barreras socio-culturales,
morales, religiosas, ideológicas y biológicas, todos los obstáculos, todos los
frenos socio-políticos, que les permitan llegar a su victoria: someter a todo
el planeta a la esclavitud científico-degradante de la llamada Agenda 2030 de
la ONU, el gobierno mundial único e indiscutido, el sueño malévolo de la
oligarquía.
De repente
queda claro porqué los cómplices de esa oligarquía globalista destruyeron las
fronteras, estimularon la inmigración masiva de personas de otras culturas, religiones
y costumbres. Era necesario minar la cohesión de considerar la nación como una
especie de extensión de la familia inmediata. Destruir la Ley y el Orden de
cada país y sustituirlo por variadas formas de “justicia popular y espontánea
de barrios y colectivos con diferentes códigos morales, sociales y legales”. Es
decir, destruir la Ley y el Orden establecidos por siglos y organizados bajo
las reglas y normas de convivencia tradicionales.
Junto a esto,
destruir los conceptos y verdades sobre los géneros, abolir todo freno al
comportamiento sexual y social. Generalizar el desprecio de los valores de las
obras de arte, los monumentos, que han enorgullecido a los pobladores de países
y ciudades donde se originaron, tildando de “racistas”, “opresores”
“esclavistas” a los creadores, que han muerto hace mucho y no pueden
defenderse.
Todo ese conjunto
maquiavélico tiene un fin único: destruir nuestra civilización tal como la
conocemos y crear una nueva humanidad sin géneros, sin parejas para procrear y
crear amor filial, sin familias que atenten contra lo impuesto por el poder
tiránico que nos convertirá en una esclavos animaloides, sin intereses, sin
pasado, sin futuro, mantenidos por la producción creada por la inteligencia
artificial y reproducidos por esos métodos, erradicando toda relación humana, y
sin otro interés que vegetar sin propósito, mientras la oligarquía disfruta de
un mundo bajo su absoluto control, sin
oposición, presente o futura.
Este primer
acto de guerra de la oligarquía globalista pone de manifiesto la necesidad de
dejar de mirar el problema como de otro. Oponerse activa y manifiestamente, en
todo momento, lugar y situación, es una necesidad vital.
Sospechen de
todos los que opinen que eso es un cuento de una imaginación creativa.
No lo es. Y la
primera tarea es erradicar de todo poder público a los propulsores de tales
chifladuras.
Todos sabemos
quienes son…