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Saturday, October 19, 2024

Tanto ha ido el cántaro a la fuente…

 Visitar en su lecho de enfermo a alguien, le ofrece al visitante una perspectiva del estado del enfermo.

Cuando esa visita es objetiva, pues le transmite al visitante una variada información que incluye el estado físico, el mental, el optimismo o pesimismo del enfermo para superar la crisis, y muchas otros elementos, dependiendo de factores tales como el nivel de profundidad del conocimiento que se posee del paciente y de otras informaciones colaterales, tales como opiniones de terceros, comentarios de quienes le cuidan, y otros muchos.

En el caso de la llamada “Revolución Cubana”, pues  asistimos a lo que todo parece indicar ser su lecho de muerte. Un enfermo que por 65 largos años ha subsistido de crisis en crisis, de peor a peor, sin que jamás haya tenido ni la más ligera mejoría.

Claro está que se trata de un paciente nacido en condiciones anormales. No es producto de un embrazo natural, sino de un experimento de un óvulo insertado para un “parto contra natura”, obligado por circunstancias y procedimientos forzados, cuyo “nacimiento” tomó de sorpresa a muchos. Y el rumbo de su vida, ni qué decir...

Y aquí es preciso recordar que el paciente proviene de una raza que jamás ha podido crecer y desarrollarse. Esa raza de sociedad sin libertades, nacida por eventos no naturales y que lleva en sus genes la existencia de una clase dirigente dictatorial, creedora de saberlo todo, de suponer tener una prodigiosa capacidad de organizar, por unas pocas manos y cerebros, lo que es el producto de la creación libre de incontables seres, guiados por el interés individual y de grupo; se imagina poseedora de la sabiduría universal, que no admite otras soluciones, caminos o ideas que no sean la única: lo importante, por sobre todo lo demás, es conservar el poder absoluto y sin compartir con nadie; esa clase social de nuevo tipo que no existió antes, que lo maneja todo, lo dirige todo, lo administra todo, lo legisla todo y lo posee todo.

Y para justificar sus fracasos y errores inevitablemente le echa las culpas a sus enemigos. Porque ellos no se equivocan. Nacieron para hacerlo y rehacerlo una y mil veces, y siempre el resultado negativo es culpa de otros. Aunque es inevitable que todo les salga mal por imposibilidad humana de sustituir millones de mentes y manos por unas pocas, más interesadas en el disfrute de su poder que en el ejercicio del mismo en beneficio ajeno.

El enorme beneficio social, el progreso alcanzado por la humanidad se debe a todo lo contrario.

Todo individuo está inspirado, compulsado y decidido a trabajar para su beneficio y el de su familia y sus asociados. El choque de esos intereses con los de otros muchos define lo que se llama el mercado de oportunidades, donde esa regla de oro se ha ido perfeccionando para su triunfo: la libertad de intercambio.

Ese proceso genera un precio, un equivalente entre lo que yo creo y lo que crean los otros. Modificar, alterar o limitar ese proceso conduce a desastrosas consecuencias, a corto, mediano y largo plazo.

En primer lugar, los “reguladores” están tentados a “regular” con ciertas conveniencias personales, abiertas o disfrazadas, lo que genera corrupción. La corrupción es un “ácido” socio-económico-político, destructor del contenido y valor de todo lo que toca, destruye la Ley y el Orden; desregula lo que pretende regular y desbalancea todo el orden social, político, económico, financiero, tecnológico, porque convierte toda la fuerza autónoma de la libre competencia en un disfrazado “ordeno y mando” a conveniencia del poder gubernamental.

Por supuesto, los Padres de la Patria crearon todo lo contrario, una sociedad con todas las libertades, que se convirtió a la brevedad, en faro y guía de todo el mundo.

Los problemas que confrontamos hoy son consecuencia de la desnaturalización de la libre competencia que nos hacía más fuertes y la gigantización del “gobierno”, la multiplicidad de agencias reguladoras, a nivel federal, estatal, condal y municipal, nos desliza por una pendiente con similares problemas a los de las sociedades donde la voluntad de unos pocos frena el progreso de muchos. El “pantano” multiplicado en cada uno de los 50 estados, miles de condados y municipalidades.

Ese “pantano” pero sin ninguna cortapisa, balance o freno, es el mal cubano, el venezolano, y un gran grupo de otros estados fallidos. Son fallidos porque su cerebro está carcomido por el “ordeno y mando”, el poder absoluto. El antiguo aforismo de que el poder corrompe, se ve magnificado: el poder absoluto corrompe absolutamente.

En mi humilde criterio es el momento de coadyuvar a la muerte del enfermo agonizante y es menester ayudar a organizar la nueva Cuba. Una Cuba sin Partido Comunista, una Cuba sin poder absoluto y eso requiere preparar las condiciones para institucionalizar la democracia, el poder descentralizado, las necesarias elecciones libres y pluripartidistas, la organización de la depuración de responsabilidades individuales a los que han cometido crímenes, abusos y se han enriquecido ilícitamente.  

Permitir la impunidad es equivalente a fomentarla.

Hay una iniciativa de muchas organizaciones de nuestro exilio sobre el tema, que invito a revisar y apoyar.

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