Con el olfato que caracteriza
al pueblo norteamericano, una buena parte de los “rallies” con el entonces
candidato Donald Trump, se vieron llenos de un clamor político, en esa conjugación
tan especial que ocurrió entre el
candidato que representaba las aspiraciones del pueblo, y ese pueblo: “Drain
the Swamp…” rugía la multitud, para referirse al deseo de erradicar la
corrupción, representada por aquellos políticos, cabilderos y otros especímenes
de similar categoría, dedicados a vivir en el “establishment”, para el “establishment”
y en el “establishment”, los cuáles fueron, son y serán los oponentes del Candidato
entonces y del Presidente Electo ahora.
Por qué esa especial categoría
de personas que cultivan el tráfico de influencias en sus muy diversas
manifestaciones, son identificadas como habitantes de esa “ciénaga” que la
población genéricamente así llama, y por qué el ciudadano común quiere “desecar”
la ciénaga para que desaparezca?
Pues hay un problema de
degeneración de la política, que se convierte en “tráfico de influencias” y que
se convierte en la peor ponzoña para la democracia, la ética y la moralidad,
que genera un creciente desapego del ciudadano por la cosa pública y que
transforma esa cosa pública en un negocio privado, donde solo pueden convivir
los que practican esa forma de vivir. Cuando los aspirantes a posiciones
electas solamente están interesados en convertirse posteriormente a su elección
en cabilderos para aprovechar las relaciones con sus antiguos colegas y ejercer
el tráfico de influencias como una “profesión”, cuando los empleados y
ejecutivos gubernamentales se jubilan para convertirse en “vendedores” de los
servicios que anteriormente contrataban, cuando los encargados del manejo
diario de la cosa pública se transforman en agentes pagados de empresas y
gobiernos extranjeros que trafican esas influencias en perjuicio de nuestra
sociedad…todo eso es exactamente lo contrario a lo que es el fundamento de un
Gobierno Democrático: la virtud.
Al convertir la virtud y la
ética en su contrario, se apodera de la cosa pública un enorme desdén por el
verdadero servicio público. Se disfraza como deseo de servir a los apetitos más
aberrados… y comienza un sistema de complacencia pública ante los precios
exagerados de los bienes y servicios que esconden coimas y enriquecimiento ilícito;
toda obra pública se torna un barril sin fondo de recursos y una eternidad en
la terminación de obras y proyectos… en fin
es el deterioro más brutal de la conciencia, lo que es aprovechado por los
enemigos de la sociedad para traicionarla en nombre del servicio público.
Las consecuencias de tal
estado de cosas resultan muy evidente en muchos países, donde los gobernantes
constantemente son acusados por practicar ese enriquecimiento ilícito y los países
ven totalmente descarrilados sus caminos, las sociedades involucionan y la
moral pública es repugnante.
Lo que siempre ha sido un
signo definitorio de nuestro país, la Ley y el hacerla cumplir, comienza por
casa, por los funcionarios públicos. Erradicar esas manifestaciones es
condición de que la Nación vuelva a ser el paradigma que hasta sus enemigos
siempre respetaron, con el doble beneficio de un camino seguro a la grandeza y
a la prosperidad, sin que pueda ser
menoscabada por los intereses creados en la “ciénaga”.
Hacer América Grande Otra Vez
pasa también por el rescate de esos valores.
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