El alma de una nación está incrustada en su historia, en su cultura,
en las características heredadas de sus fundadores, en los forjadores de esa
historia resumidora del pensamiento y en el carácter predominante de esos
luchadores.
Muy lamentablemente, el castrato, esa monstruosidad impuesta a punta
de pistola por aquellos que se
apropiaron del país y de su cultura; de las herramientas que transmiten esos
atributos. Lo han hecho conscientemente, para
manipular, para desteñir, para
violar, para imponer una farsa
que ni se parece a la original, que por
más de 400 años se forjó, y creó el cubano libre, anterior al castrismo.
No es casualidad que ese cubano libre, fuera de la mazmorra ideológica
en que le esclavizan a vivir, sea triunfador clásico en la vida, en los
negocios, en el arte, en la literatura, en el cine, y toda otra manifestación
de la vida social civilizada. Ese cubano libre es celebrado, admirado e imitado
en muchos lugares del mundo. Menos dentro de Cuba.
El éxito y el triunfo son rasgos heredados de nuestros antepasados. En otras tierras identifican al cubano como un
triunfador. El perdedor se encuentra
dentro de Cuba. Esclavizado. Perseguido.
Aplastado. Reprimido. Su propiedad confiscada. Sus sueños destruidos. A menudo
encarcelado. Golpeado y abusado impunemente.
No es casualidad que tenga un solo objetivo y pensamiento: emigrar.
Escapar del infierno castrista.
No cabe ninguna duda de la imperiosa necesidad de constatar el daño
para poderlo curar. Para recuperar el alma forjada por la mezcla de
colonizadores, mambises, esclavos, inmigrantes, que llegaron a tener la nación
más próspera y libre de toda la región, la más educada y culta, a dónde acudían
a formarse ciudadanos del resto del continente y en cuya cultura cotidiana
existía una población autóctona, ricamente mezclada con inmigrantes que
llegaban a disfrutar lo que no tenían en sus lugares de origen.
Una nación que dio cuna a uno de los más importantes escritores de la
Lengua Española y quien dedicó su alma, su vida, su pensamiento y su acción a
la Libertad. Para lograrla, ofrendó su valiosa vida.
Es preciso entender que recuperar esa alma, determinada por la
historia real y verdadera, la cultura libre de orejeras ideológicas, impregnada
por el humanismo martiano de tener una “Patria
de Todos y para el Bien de Todos” es tan importante como la Libertad. Para una
lucha real por la Libertad es menester que la Patria vuelva a ser de Todos y
Para el Bien de Todos y no de unos pocos para su propio y único beneficio.
El gran problema a superar es la censura castrista que esconde esa historia escrita. La desaparición de todos esos valores
sociales, políticos, ideológicos y culturales ha sido una tarea prioritaria del castrismo y esconderla ha sido el camino
predilecto. Se ha dedicado a desteñir el patriotismo, a esconder el heroísmo
mambí, a vulgarizar la cultura viviente que se transmite en radio, televisión,
prensa, reuniones; a encerrar el patriotismo y el humanismo martiano en la
vileza de referirse a él únicamente como “el inspirador del Asalto al Cuartel
Moncada”, la actividad terrorista
encaminada únicamente a promover la figura del monstruo de Birán como un
supuesto héroe popular.
El castrismo llegó
al poder a punta de pistola, con los métodos terroristas más despiadados y sin
el menor recato, para proclamar a los cuatro vientos que eran los nuevos amos
del país, que ya no iba a ser de “todos y para el bien de todos” sino total y
exclusivamente de ellos y para el bien de ellos. Y de nadie más. Desde el
primer día, dedicados denodadamente a borrar la historia, la cultura, los
logros anteriores; incluyendo la prosperidad y la libertad; impedir cualquier
comparación con el pasado.
La nueva
forma de “ordeno y mando” necesitaba esa desaparición. ¿Quién ha visto esclavos
cultos?
Los que estudiaron
en aquella República, la más adelantada del continente, leían libros y revistas
de cultura y principios humanistas; estudiaban reverenciadamente a nuestros
mambises; escuchaban radio y asistían a teatros con cultura cubana y/o
universal; veían TV con decencia y con
comerciales, no con lavadores de cerebros. Nuestros maestros y profesores eran
lo mejor de aquella cultura. Preparados, cultos ellos mismos y fervorosos y
orgullosos de enseñar un pasado glorioso.
Repentinamente
nuestros profesores y maestros se marcharon, despavoridos por la ignorancia, el
maltrato, la discriminación y la chabacanería destructora; los teatros y cines
fueron desapareciendo; el radio, la TV y
la prensa, transformados en papilla ideológica en sustitución de todo lo demás.
Asesinatos
en masa fueron calificados de “justicia revolucionaria”. La represión ciega y
despiadada para quiénes disentían. Muchos hicieron enormes esfuerzos y sacrificios
para marcharse y salvar a sus familiares y descendientes de ese infierno, que
crecientemente fue cada vez más opresor, más miserable, más empobrecedor, más
descerebrado.
Otros fueron
descendiendo social, humana y moralmente en la misma proporción y se
transformaron en agentes de esa barbarie, aplastando a los demás, enrolados
como cómplices.
Sesenta y tanto
años de esa pestilencia han logrado una
buena parte de sus malignos objetivos iniciales. El campo de concentración es
omnipresente y ni idea de conocer el pasado de cultura, rica historia,
humanismo martiano, progreso, prosperidad. Generaciones enteras han sido privadas
de su propia historia y cultura. Y claro, nadie puede apreciar lo que no
conoce, con el doloroso resultado de hoy.
Muchos de
los que han escapado y continúan escapando de ese infierno, en sucesivas
generaciones, jamás tuvieron la formación, la educación, la cultura humanista,
anterior. Se la escondieron. La barbarie los educó en sus propias reglas. Era
el objetivo y el método.
Resulta
prioritario regresar al camino de la cultura, del humanismo, de la educación,
en el sentido general del término. Es el alimento del alma y la libertad que
contribuirá a un futuro luminoso de “con todos y para el bien de todos”. Mejor
que la sociedad que perdimos en 1959.
Ser cultos para ser
libres. Y ser libres para poder ser cultos.
Ambas cosas se
entrelazan y condicionan y son un ejemplo de la gigantesca tarea que tiene por
delante el pueblo cubano.